Ya hace unos días que dije adiós a las mañanas de sol y playa. Esos primeros días en los que solemos pensar que ponernos rojos como cangrejos no es más que el primer paso para tener un bronceado prometedor.
Ya dije adiós a los aperitivos en el chiringuito, a esas mesas repletas de amigos sosteniendo una cerveza bien fría. Y cómo no, a ese camarero tan atento que repone los vasos vacíos sin preguntar.
Ya me despedí de las gafas de sol, esas que tanto nos han protegido de los 30 grados diarios y, por qué no admitirlo, de las duras mañanas acompañadas de mensajes como: “¿Qué tal acabó la noche?”. Pero ahí hemos estado, al pie del cañón, en el chiringuito de siempre, dispuestos a retomar la siguiente ronda.
Ya se acabaron los viajes improvisados, las rutas en coche con la música bien alta y los “¿Dónde te recojo? Que nos vamos”. Ya se acabaron esos viajes que se organizaron durante todo un año con el fin de que el invierno y la etapa de exámenes pasaran más rápido. Y esos otros tantos planes que se quedaron en el aire, o mejor dicho, pendientes.
Ya terminaron las comidas familiares, el pescaito frito y la paella. Ya terminaron esas reuniones interminables con tu gente. Gente con la que compartes apellido y esa otra igual de numerosa con la que compartes otras muchas cosas.
Ya toca despedirme de ti. Sí, tú, que estás en la mente de todos, que nos haces la vida un poco más fácil. Tú, a quien personifico y tengo siempre presente. Tú, a quien no me canso de esperar porque siempre llegas.
Hoy te digo hasta el año que viene. Bendito verano.
