Que el agua fría del grifo te caliente las manos no es muy buena señal… para quienes estén experimentando el verdadero frío como yo sabéis de lo que hablo. Efectivamente, el invierno ha llegado. Aunque aún no es oficial, en el este de Europa no se habla de otra cosa. Y es cierto que no se habla de otra cosa porque hasta para iniciar un tema de conversación el tiempo es muy recurrente. Siempre hay alguien que ‘rompe el hielo’, nunca mejor dicho, con la típica frase de: – ¿Qué frío hace, no? Lo más curioso es que a veces resulta efectivo y sin darte cuenta te ves hablando con dos turcos, un argelino, un inglés y, como no, con un español. A los españoles nos gusta ir con refuerzos. No por nada, sino porque entre nosotros nos entendemos perfectamente. Y si queremos decir que ‘hace una rasca de pelotas’ pues se dice sin tapujos.
Pero no todo son grietas en las manos, orejas congeladas, ojos llorosos y narices húmedas. También hay que incluir los abrigos de nueva colección, los ratitos de peli y manta, los cafés calientes y las tardes en casa mirando tras los cristales empañados la lluvia caer. Pero me falta una cosa… aún no he descubierto a qué huele el invierno en Polonia. Y eso es lo que más echo de menos, porque en España cuando empiezan a bajar las temperaturas el ambiente cambia. Se nota. Se siente. Se respira. Se nota en las calles, en la atmósfera de las cafeterías, en las luces de las casas cada vez que se encienden unas y se apagan otras dando señales de vida, de hogar. Se siente en los abrazos que quitan el frío, en las miradas que te calientan el corazón. Se respira en la cocina preparando comidas familiares, cuando enciendes el brasero de casa, cuando asan castañas en los puestecillos de la calle, cuando sabes que la Navidad se acerca.
Al fin y al cabo, esto no está tan mal. Aunque aquí hayas llegado de forma prematura… ¡bienvenido Invierno! Te echaba de menos.