Sabes lo que es el orden hasta que te ves desayunando a las dos de la tarde. Puede parecer una tontería, pero el cuerpo lo nota. Nota las largas caminatas por la ciudad y los momentos en los que ves necesario sentarse en un banco y preguntarte: “¿Dónde coño estoy?”. Nota las cervezas a media mañana, las que también tomas a mediodía cuando sales a pasear, las mismas que se alargan hasta la tarde porque el día se va animando; llega la noche y, cuando vienes a darte cuenta, sin quererlo ni beberlo, bueno, beberlo puede que sí, tomar cerveza con los amigos se convierte en tu principal deber.
Tu cuerpo nota ese desorden, la forma en la que inviertes el tiempo, ese tiempo que es tan eterno como fugaz. Tu cuerpo lo nota. Nota ese cansancio mental cuando alguien extranjero te habla y no entiendes ni papa, cuando no sabes qué decir y te limitas a asentir con la cabeza mientras sonríes.
Es entonces cuando te das cuenta de que con una cerveza todo sería más sencillo. Nota esas salidas diarias. Noche sí, noche también. Esas recogidas ficticias que aún continúan en casa. El cuerpo lo nota, sobre todo cuando dice ‘ya no puedo más’ y tienes que ir al médico porque no encuentras otra salida. Pero la hay. Claro que la hay. Menos mal que siempre hay alguien que está a tu lado, ese amigo que te comprende, que te escucha y que te acompaña hasta la puerta del bar, ese amigo que en vez de tenderte una mano te tiende una cerveza.
Y claro que eres consciente de que tu vida está cambiando, que hay cierto desorden en tu día a día y no puedes evitarlo. Te das cuenta de ello cuando tu mayor preocupación es llegar a fin de mes, cuando siempre es un buen momento para escuchar música y juntarte con tus amigos, cuando la puerta de tu casa está abierta las 24 horas del día para quien lo necesite, cuando los planes improvisados son los más ‘peligrosos’, cuando intentas engañarte a ti mismo diciendo que no vas a salir una noche y luego no te echan del bar ni con agua caliente, cuando en la nevera solo tienes latas de cerveza, cuando intentas ahorrar con el único fin de viajar y conocer mundo, cuando te da igual meterte en una conversación en otro idioma con personas de nacionalidades diferentes…
Todo es tan distinto que te planteas la imposibilidad de crear esa rutina que es a veces tan necesaria, esa cordura que te ayuda a bajar a la tierra de vez en cuando. Eso tu cuerpo lo padece, pero aprendes a vivir con ello. Y he de decir que tampoco es tan grande el esfuerzo, que es fácil adaptarte y no perderte por el camino. Lo mejor de esto es que todo lo que hagas, aprendas y vivas merece la pena. Por el momento y mientras dure me quedo aquí, en mi ordenado desorden.