Hoy quiero hablar de las despedidas.
Quiero hablar de esos turistas, poetas, ladrones y arquitectos de vida. Quiero hablar de todas esas personas que pasan por nuestro lado, los que nos invitan a tomar un buen café por la tarde y los que deciden quedarse y esperar al café matutino.
Hoy quiero habar de lágrimas y sollozos. De los abrazos y los susurros al oído que prometen vernos pronto. Maldito el momento y acertadas las palabras que nos rompen por dentro en mil pedazos. Esos tirones de maleta que sobrepasan los kilos permitidos, pero te dan igual los dolores de espalda y los hormigueos en los brazos porque lo que llevas dentro vale toneladas. Y quien no comprenda a qué se debe ese exceso de equipaje, tampoco entenderá que ahí dentro llevas toda una vida y no puedes deshacerte de absolutamente nada.
Hoy quiero hablar de la familia que un día decidimos escoger.
De esas personas con las que, tras mucho tiempo de convivencia, se crea un sentimiento paternal y protector. Es a partir de ese momento cuando el vínculo es indestructible y no puedes escaparte de los “escríbeme cuando llegues a casa” o los “me da igual que no te apetezca. Hoy se sale de fiesta”. Y comes, duermes y peleas con ellos. Y te hacen reír y te ven llorar. Esa familia con la que no temes dejar en carne viva tus miedos, tus ambiciones, tus desperfectos y tus virtudes. Pasado un tiempo, el desnudarte es un hecho que no puedes evitar por mucho que quieras, porque es el tiempo el que te quita la ropa y las personas de verdad las encargadas de darte cobijo.
Solo necesitas unos interminables e incómodos segundos, para darte cuenta de que no te puedes librar tan fácilmente de ellos. Ese preciso y agudo instante cuando sabes que te están mirando de arriba a abajo y de derecha a izquierda, simplemente porque has dicho o hecho algo “fuera de lo común” o peor aún, porque tu silencio te ha delatado. Te siguen observando mientras que tú intentas mantener la compostura. No articulas palabra y evitas el contacto visual. Entonces, justo cuando intentas actuar “con normalidad”. ZÁS. Estás pillado.
Hoy quiero hablar de los amigos.
De esos que conoces un día de fiesta y al día siguiente ya forman parte de ti y de tus planes. De aquellos que hablan en el momento oportuno para dejarte con la boca abierta. De los ruidosos y charlatanes cuyo silencio, a veces, asusta más que sus palabras.
Amigos con los que, sin quererlo, te pierdes y, sin planearlo, te das cuenta de que te has encontrado. Amigos a los que le darías el último cigarro de tu cajetilla. Aquellos por los que bajarías en pijama a la calle cuando no encuentran el camino a casa o cuando, simplemente, necesitan tomar el aire. Amigos que te enseñan a vivir al doscientos por cien y te convierten en adictos a la adrenalina. Esos con los serías capaz de mezclar cerveza y helado. Por no hablar de las dietas que empiezan y acaban el mismo día. Aquellos con los que harías el gran esfuerzo de salir de fiesta todos los días de la semana. Amigos con los que podrías cantar durante horas todas las canciones de la infancia hasta quedarte afónico. O con los que hacer promesas para recordar de vez en cuando que somos seres con algo de voluntad.
Hoy quiero hablar del momento en el que decidimos dejarlo todo.
Ese día en el que, por algún motivo, quisimos dar un giro a nuestras vidas, cambiar nuestra rutina, despedirnos del confort, decir sí, decir quiero. Ese día en el que nos invade el miedo, las dudas, las ganas de comernos el mundo, el coraje de empezar de cero, de conocer a otras personas, la ilusión de viajar y descubrir lo desconocido. Todo al mismo tiempo y sin poder evitarlo. Eso es lo que marca nuestra vida, esos son los maravillosos puntos de inflexión.
Hoy quiero empezar por el final y terminar por el principio.
Hoy quiero extenderme cuanto sea necesario y medir mis palabras cuando lo vea oportuno. Hoy quiero sentir de más y pensar de menos. Quiero recordar momentos que creo haber olvidado, quiero llorar por dentro y por fuera. Quiero y a la vez no quiero. Es lo que tiene vivir fuera de casa, es lo que tiene la edad y conocer a gente que complementa y a la vez te cambia. Que todos tus sentidos se desorientan y tus sentimientos se descontrolan. Por eso, también digo que no quiero aguantar todo el año hasta que llegue verano para vernos. Sí, a vosotros, amigos. Y hoy, especialmente hoy, no quiero esperar a echaros de menos para que sepáis cuanto os necesito.
Así que, sí. Pienso firmar nuestra bandera, tras haber conseguido escribir lo que hoy ya forma parte de nuestra historia.